lunes, 20 de agosto de 2007

Decir amigo


(...)
Decir amigo
me trae del barrio
luz de domingo
y deja en los labios
gusto a mistela
y a natillas con canela.
(...)
Decir amigo
no se hace extraño
cuando se tiene
sed de veinte años
y pocas pelas.
Y el alma sin mediasuelas.

Decir amigo
es decir lejos
y antes fue decir adiós.
Y ayer y siempre
lo tuyo nuestro
y lo mío de los dos.
(...)

A esta penúltima frase hace referencia precisamente mi piano hoy. Poniendo en marcha el baúl de la música que me acompañara en mi divagar matutino, han aparecido ante mi, una serie de piezas que me han transportado a otra época, y a otra forma de vida. Y allí siempre estaba ella. Ahora, decir amigo, es decir lejos. A pesar de que la distancia física real no alcanza siquiera un kilómetro, nuestras vidas distan, desgraciadamente, bastante la una de la otra. No me cabe duda que ella también me echará de menos. Pero yo la echo más de menos a ella, o al menos eso es lo que me parece a mi. Imagino que eso es algo común al resto de los mortales, de echo, no conozco a mucha gente que piense que alguien piensa más en ellos de lo que piensan ellos en la otra persona.
Hoy no suena un piano, en su lugar, mis dedos bailan al son de un sonido clasificado como folk, y la melodiosa y dulce voz de una mujer me lleva a Santiago, donde llueve. Donde nunca fui con ella, a pesar de nuestros planes. Tantas veces me hizo sentir allí contándome su experiencia. Fueron muchas las ocasiones en que relataba con melancólicos detalles cada paso que dio en el Camino, y todas ellas, yo la escuchaba con una atenta envidia sana y con las ganas cada vez más candentes en mi pecho de recorrerlo con ella.
Pasado el tiempo observo un poco decepcionada, que nunca fui a Santiago después de conocerla, ni juntas, ni yo sola. No sé qué pasó, porque en total pasarían veinte o veintiún millones de cosas a lo largo de todos estos años, pero el caso es que nunca hicimos ese viaje.
Ahora escucho de nuevo las canciones de la nueva Galicia, esa que por aquel entonces, ella me presentó. Y he cerrado los ojos, y le he dado la mano, y hemos vuelto a estar en el coche, frente al mar, calladas, escuchando esa música, y soñando juntas con recorrer ese largo camino.
Ahora te hablo a ti, sí, sí, a ti. Tú ya sabes quién eres...No necesitas que te llame por tu nombre. Te hablo para decirte, que aunque decir amigo sea recordar gusto a mistela, o sea decir lejos, para mi, siempre queda, que decir amigo es decir lo tuyo nuestro y lo mío de los dos. Tal y como siempre fue. Así que ya quedaremos, ya nos veremos, amiga, y nos sentaremos a fumar, a llorar y reir juntas, y alcanzaremos Santiago de la mano, como siempre soñamos con los ojos cerrados.
No tengo prisa, aunque te eche de menos, aunque sólo hable contigo muy de vez en cuando usando los dedos como medio de comunicación. No tengo prisa, porque sé que Santiago lo pisaré contigo. Que, aunque sigas volando con tus palomas, y yo siga tocando mi piano, siempre habrá en nosotras ese pequeño hueco para andar juntas un trocito más de Camino.
Gracias por estar ahí siempre, Altan. Mi piano siempre sonará para ti...


Chove en Santiago Luar Na Lubre
Nau Luar Na Lubre



miércoles, 8 de agosto de 2007

Princesa


Desde el primer día que crucé mi mirada con la tuya tuve la sensación de que algo iba a pasar en nuestras vidas. Era difícil de creer porque aparentemente distan bastante la una de la otra, pero ya se sabe que nada es imposible, así que me afané en memorizar cada detalle de mis encuentros contigo. Grabé a fuego en mi boca, cada palabra que decía en tu presencia y mis oídos hacían lo propio con las tuyas. Cada vistazo que echaba a tu aspecto devolvía a mi mente un puñado de nuevos y pequeños ademanes que quedaban latentes en mí, hasta la siguiente vez que te cruzabas en mi camino.

Encuentros que planeaba el resto de la gente sin saber que yo estaba deseando que sucedieran. Todavía no sentía admiración por ti, y hoy, muchos años después, sigo sin saber qué fue lo que hizo que la sintiera. Tampoco tú te fijaste en mí en un principio, de hecho fui yo quien, una vez descubiertos mis anhelos, hice todo lo posible por entrar en tu vida con tu más pleno consentimiento. No hay nada en ti que aparentemente pueda atraer a nadie, ni física ni espiritualmente. Dicen de ti que muerdes, que eres una víbora, que no tienes corazón y lo único que te interesa de los que a ti se acercan, es el vil metal. Dicen que tienes veneno en la piel. Tal vez sea eso lo que me atrajo de ti, que todo el mundo te tenía cierto resquemor, que disimulaban ante tu presencia, por respeto, dicen, al resto.

Por mi parte un cúmulo de sensaciones, que, tal vez voluntariamente, había ido buscando, dada la primera sensación que me causó tu presencia. La curiosidad, dicen, es algo innato, pero en mi caso, creo que poco a poco, con el fin de descubrir el por qué de esa sensación, fui alimentándola cada vez más descaradamente.

Más tarde, por fin, horas y horas contigo. Sólo nos unía una copa de licor, no teníamos, ni tenemos nada en común, excepto la curiosidad de la una por la otra. Poco más tarde, de repente, caricias furtivas, disimuladas, que iba dejando caer en tu cuerpo como sin querer, y que tú recibías con una cómplice sonrisa. Sabías que lo deseaba, sabías que detrás de aquella mirada de niña inocente se escondía una mujer dispuesta a todo contigo. Pero no quisiste jugar. Los años que me llevabas de ventaja, se unían a tu posición social y tu matrimonio para plantarse en tu cabeza y no dejar a tus manos que se me acercaran.

Tu risa nerviosa y tus gemidos cuando me atreví a morderte el cuello te delataban. Me dabas mil argumentos bañados en licor y caricias en la cara con gesto de compasión. Pero sé, aunque entonces no lo sabía, que querías seguir adelante. Que te morías por probar el sabor de mis labios y mi piel. Probar cada centímetro de mi cuerpo, igual que yo deseaba hacerlo con el tuyo. Pero todo eso nunca pasó, acallé gemidos en sueños, y perdí parte de un buen año cegada por el deseo. No atendía a razones. Me decían que estaba como ida, como perdida. Y así me quedé. Incluso cuando volvía a tenerte en mis brazos, a escondidas, besando el lóbulo de tu oreja y descendiendo por tu cuello rozando la prohibición de tu boca. Inventaba mil excusas para ir a verte, sin tener la certeza de que tú lo quisieras. Perdí noches enteras rodeando las calles de la ciudad buscandote en la oscuridad, tal vez en algún pub, tal vez entrando a tu casa. Y no te encontré. Así que desolada por la ignorancia de qué había sido de ti, y qué iba a ser de mí, agaché la cabeza, y me fui por donde había venido.

Al cabo de un tiempo, hubo alguien que se perdió en mi cuerpo y yo en el suyo, haciéndome sentir importante, haciéndome sentir viva otra vez. Y hace poco, muchos años después, volviste a aparecer ante mis ojos, mirándome como si no hubiera pasado un sólo día desde la última vez que te tuve en mis manos. Y por no ver la cara que se te quedó, lamenté tener que rechazarte. Lo siento, pero esta vez soy yo quien no quiere siquiera que me beses en el cuello. Espero que tus palabras sean sinceras cuando me dices que necesitas hablar conmigo para centrarte, porque me conoces y sabes que me tendrás. Nunca te negué nada y menos conversación. Y no te lo negaré mientras no faltes a mis decisiones.

En cuanto a tu insinuación... Ahora es demasiado tarde, princesa...

miércoles, 1 de agosto de 2007

Tiempo de "insilencio"


Me rompe el corazón ver esa expresión de niña desolada que domina tu rostro cuando te hablo de algo que me hizo daño. Te tiemblan los labios en llanto y se sonroja toda tu cara, lagrimeando sin control y dolida con cada sílaba que pronuncia mi boca. Me invade la sensación de que haga lo que haga o diga lo que diga va a ser imposible arreglarlo y conseguir que vuelvas a sonreir.
Condeno a mi propia persona una y mil veces por cada gota salada que ha salido de tu mirada. Ésta, y otras muchas veces en las que presa de mi inconsciencia he hecho daño a quien más quería.
Hoy, algunos años después de todas esas bajas neuronales, y cara a cara con mi piano, entiendo que el tacto también sirve para hablar y expresarse. No sé cómo lo he conseguido, pero en lo que llevamos de año he aprendido con creces y sin disgustos ni malentendidos a hablar con la gente. A transmitir lo que quiero decir sin tener que molestar a nadie excesivamente, o al menos consiguiendo plantear las cosas de forma que nadie pueda decirme nunca un reproche. Ahora, para la gente, soy lo que se dice "políticamente correct@". Y para ti, por fin, soy alguien que ha demostrado ser capaz de madurar, si es que eso es lo que se entiende, en parte, por ser alguien que no se queda nada dentro de las cosas que le duelen. Y digo esto, por supuesto, y reforzando mi anterior argumento, desde el punto de vista de quien descubrió que tenía tacto, pero que tantos años de suciedad en las manos, le habían hecho perder de vista este sentido.
Así que, una vez ultimados los detalles finales, y lacado mi piano, lo recupero, con la cabeza bien alta, con el volumen bien alto, y los oídos retumbando de satisfacción, sigo adelante, una vez más.
Gracias por escuchar lo que tanto tiempo he tardado en saber decir. No era siempre lo mismo, pero con este ejercicio, con el que he demostrado saber hacerlo una vez, también me he demostrado que puedo volver a hacerlo siempre que quiera, y en cualquier circunstancia.
Si soy capaz de aguantar el tipo y no comerte a besos para consolar esa mirada de inocencia y soledad que expresa tu cara de niña desolada, creo que soy capaz de ponerme ante cualquiera para decirle cualquier cosa, y aguantar cualquier chaparrón.
Una vez más, gracias.


Edward Scissorhands Theme DANNY ELFMAN
Victor's Piano Solo DANNY ELFMAN

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Hoy me ha dado por este hombre... :-)