martes, 19 de febrero de 2008

Almacenando viejas experiencias en la red, por si el papel se las come con el tiempo


[Una palabra. Sólo me falta encontrar una palabra para poder describir lo que estoy presenciando. Una eterna conversación, una eterna lucha o tal vez un beso eterno. La tierra, el mar. Esa unión que ha existido, existe y existirá hasta el fin de los días. Ese mar comiéndose la arena, día tras día, y noche tras noche, sin dejar que ni siquiera el pertubador ruido industrial rompa el interminable curso de su relación.
El mar, y sus olas fogosas derrumbándose sobre la fina arena de la playa, parecen decir "allá voy", y se dejan caer, y besan las piedras suavemente como si no fueran a volver a verse. Pero la magia dura poco porque entonces las olas vuelven a su inmenso paraíso para que sus hermanas puedan disfrutar del salado sabor de la arena. Y se oye a lo lejos el enfurecido cantar de algunos pájaros, tal vez gaviotas buscando su alimento matutino, tal vez no.
En medio de toda esta inmensidad de tan sólo unos metros cuadrados, las rocas, las inertes rocas. Son las únicas que le plantan cara al dios Azul, esa sí es una lucha eterna. El mar se sincera en cada ola y deja que nuestras almas se unan con sus sentimientos. Y nos hace sentir, reír, tal vez llorar. Pero esas rocas siguen ahí, intentando resistirse, son de carácter fuerte, y no quieren ceder ante los sentimientos. Al final, con el paso de los años serán arena, y el mar las besará, igual que lo hace ahora con sus ancestros. El mar es capaz de personificar todo. Él es quien nos inculca los sentimientos y nosotros, seamos arena, piedras, o rocas, acabamos sucumbiendo ante sus encantos.
Vuelvo a mirar y sigue ahí, con su inmenso lomo plateado, intentando decirme algo que no puedo escuchar. Tal vez sea la palabra que busco, tal vez una frase de aviso, de alerta, o tal vez sea un simple "me alegro de volver a verte"]

Febrero 2001