jueves, 22 de noviembre de 2007

Por supuesto, soñarte...


Lo malo no fue despertar, lo malo fue que al hacerlo, dejaste de estar a mi lado. Ya no sonreías para mí, ni dejabas escapar miradas como por casualidad. Lo bonito, sin embargo, fue que antes de todo eso, habías estado conmigo, sentada en una mesa, rodeada de gente ausente, y que allí, habías estado compartiendo susurros de vino conmigo. Me estremezco aún al recordar cómo la dulzura de tus labios rojos abrumaba mis oídos contándome tus sueños, mientras la fragilidad de dos de tus dedos se empeñaba en pasar mi pelo por detrás de las orejas. El leve roce de esos dedos provocaba en mi piel esa absurda sensación que te lleva al desvanecimiento. Mi cuello sigue sintiéndote ahí, escondida fuera de mi campo de visión, y al mismo tiempo tan cerca… Tu boca no lo recuerda, pero esta noche ha acariciado mis sueños más prohibidos. Sé que no te tengo, pero no te imaginas cuánto he disfrutado de ti. Dejando a un lado todo lo que eres, mi mente duerme los momentos que más deseo junto a tu persona. Creo que les hago un flaco favor a esta manada de sentimientos que me llenan, al querer describirlos con palabras, pero a pesar de todo, siento la terrible necesidad de sacarlos de mí. Como si al hacerlo, dejara de tenerlos, como si dejara de sentirte por un momento. Nunca se puede olvidar ese tipo de sensación, y tal vez lo que hago al describirla, sea perpetuarla en mi mundo. No obstante sólo hace un par de horas que estoy despierta, y en mis hombros se sigue notando el peso de tu brazo acercándome a ti. Esta noche he llegado más allá, y además de tener tu tacto en mí, también he podido adivinar tu perfume. No sé cómo lo he hecho, pero si algún día te llego a tener así de cerca, sé que tu cuello tendrá ese aroma dulce, que no es una fragancia, sino un cúmulo de elementos que se combinan contigo capaces de abrumar a quienquiera que se te acerque. Espero que tus sueños sean al menos, la mitad de dulces que son los míos. Por supuesto, espero que nunca dejes de reír así.